La cama es el escenario. Podría tratarse de una experiencia similar al monólogo de Molly Bloom en la novela Ulises de James Joyce, un fluir del inconsciente, casi como un sueño pero en ¿Qué de magnífico tiene ser yo? la textualidad responde a la forma asociativa del ensayo.

Esta teoría sobre la cama (como la define el subtítulo de la obra escrita por Liliana Viola) se funda en un texto cuya principal potencia se encuentra en su conceptualización, más que en su anclaje dramatúrgico. Las dos intérpretes que están vestidas y peinadas de forma idéntica en el diseño de vestuario de Sofía Di Nunzio que les da un aire alocado y payasesco, remiten a la figura de Zoe Di Rienzo que las acompaña en la escena y parece ser el sujeto real mientras que Analía Couceyro y Sofía Gala se ubican en un plano que, sin llegar a ser ficcional, está más cercano a la imaginación. 

Las actrices proponen lecturas sobre la historia del arte, el teatro y la sociedad misma a partir de la posición horizontal. Esta postura que parece rechazar la experiencia social, que se ve como improductiva es aquí una zona dinámica. Analía Couceyro y Sofía Gala, lejos de estar quietas, no dejan de hacer de esa cama un territorio de batalla donde la palabra es un recurso activo, imparable. Zoe Di Rienzo sale y entra de ese espacio, de hecho abandona la escena y vemos un video de ella en la calle que resulta un momento atractivo pero que podría haber funcionado de forma más efectiva si se grababa en tiempo real.

Esta propuesta tiene una impronta performática que no termina de completarse con la disposición de la caja a la italiana. Hubiera sido mucho más interesante que el teatro San Martín programaba este material como una performance duracional en el hall del teatro. El dispositivo escénico creado por Julieta Ascar, encargada de la dirección y puesta en escena, requiere ser admirado en todas las direcciones. La cama establece la estructura narrativa y es una pieza plástica que pide otra cercanía del público. Los textos que sugieren disquisiciones sobre los modos en que las mujeres son retratadas en la historia de la pintura y también en la fotografía del siglo XX ,siempre desparramadas en algún sillón o cama, desfallecientes o sensuales, como abandonadas de toda acción, podría encontrar otra sustancia narrativa si respondiera a una sucesión de discursos que no tuvieran que limitarse a la hora de función. 

La voluntad filosófica convive aquí con una suerte de biodrama. Zoe Di Renzo evoca la figura de Zoe Rencini, un ancestro familiar que en el siglo XVII, según se explica, pudo crear una acción política permaneciendo en su lecho.

La impronta política en ¿Qué de magnífico tiene ser yo? no termina de quedar plasmada desde lo dramático. La obra es puramente enunciativa y si bien las intérpretes logran infundir teatralidad a un texto que responde más a una lógica teórica, el formato de sala no era el más recomendado para esta propuesta que también podría haberse desarrollado en un museo. De hecho los momentos más interesantes son aquellos donde se comparte la imagen de una obra de arte y las actrices hacen una lectura de esa postura corporal, de esa expresión exhausta o jocosa de las mujeres en la cama o en algún sillón.

Ver la realidad desde una cama implica correrse del centro de la escena, entonces lo estimulante es convertir la cama en un escenario al que se dirigen todas las miradas, un lugar al que se le demanda una acción, una situación específica que termina siendo la instancia para reflexionar o para mostrar lo veloz que puede ser la cabeza cuando se le da el espacio y el permiso para dejarse llevar por un pensamiento que no responde al orden pautado de la convivencia social sino a su propio tiempo.

¿Qué de magnífico tiene ser yo? se presenta de miércoles a domingos a las 19:30 en el Teatro San Martín.